“La demanda de alimentos para 2050 aumentará en un 60 por ciento, esto se traducirá en mayor necesidad del uso de agua. Pareciera entonces, que el uso compartido y sostenible del recurso más vital para la vida humana es viable bajo la creación de instituciones que manejen el recurso […]”
Janaina Tewaney Mencomo
El agua es y ha sido a través de la historia un elemento constante en la supervivencia y desarrollo del ser humano. Gracias al agua, el hombre pudo transitar de ser nómada a sedentario, formando así los primeros asentamientos humanos. Civilizaciones milenarias, como la egipcia y la del valle del Indo, desarrollaron sus capacidades a orillas de sus ríos y el río Chagres en Panamá ha mantenido por cinco siglos, gran valor estratégico.
En las últimas décadas, la relación de los Estados y organismos internacionales con el agua ha variado desde una concepción de derecho humano y desarrollo sostenible a un potencial instrumento de conflicto y, muy recientemente, un instrumento de paz y gobernanza.
Ante el cambio climático y el emergente nacionalismo en algunas regiones del mundo, la escasez del agua deja de ser solo un tema ambiental para convertirse en un tema geopolítico y de seguridad nacional. A la fecha, el 40 por ciento de la población mundial vive en regiones donde el agua es escasa y la competencia por este recurso se proyecta en conflictos que amenazan la paz. Para las potencias emergentes, el uso excluyente del agua por otro Estado vecino pudiese interpretarse como un atentado a la seguridad alimentaria y energética y por ende, a la seguridad nacional.
Son varios los países que comparten ríos internacionales, que mantienen diferencias con sus vecinos relativas al manejo en la calidad y distribución del agua. El caso más emblemático es el conflicto entre Egipto y Etiopía sobre la construcción de la Gran Presa del Renacimiento en el Nilo Azul. El desacuerdo se refiere a que esta construcción afectaría el caudal del río en Egipto.
En Asia, el más emblemático es el río Mekong, del cual dependen aproximadamente 60 millones de personas y donde la construcción de hidroeléctricas ha causado malestar entre los países ribereños que lo comparten; India y China mantienen diferencias sobre el Brahmaputra, que tiene un valor geopolítico ancestral para ambas naciones. Y, en las Américas, el caso de Costa Rica y Nicaragua sobre el río San Juan; Bolivia y Chile sobre el Silala.
A nivel de comunidades, también las disputas por el agua han resultado en víctimas fatales. En África subsahariana, conflictos entre tribus nómadas que cruzan las fronteras para el pastoreo han cobrado la vida de aproximadamente 1500 personas entre 2012 y 2019.
En las dos últimas décadas, el agua ha sido también instrumento de violencia para ganar ventaja sobre el enemigo en combates armados. Entre 2001 y 2011 se llevaron a cabo 25 ataques globales en represas. Entre 2013 y 2015, el Estado Islámico lanzó casi 20 ataques importantes en infraestructura de agua en Siria e Iraq y en Colombia el ENL ha atacado infraestructura petrolera que contaminó las aguas del río Catatumbo que comparten Colombia y Venezuela.
Aunado a lo anterior, la digitalización y automatización de las infraestructuras críticas de agua, sobre todo en los países occidentales, ha elevado las alertas de las agencias de inteligencia, pues los escenarios de ciberataques a infraestructura crítica se proyectan posibles y recurrentes, teniendo un efecto domino, producto de la relación del agua con la energía, la salud pública y la seguridad alimentaria.
Sin embargo, una forma reciente de transformar conflicto en oportunidad ha sido entendida bajo el paraguas de desarrollo y paz por medio de la creación de instituciones ya sea internacionales y locales que ejecuten y fortalezcan la equidad en el manejo del agua. Esto bajo la premisa de negociar acuerdos que tocan la soberanía hídrica a cambio de una estabilidad política sostenible.
Algunos de esos ejemplos de estructura robusta de cooperación lo vemos en África Occidental en el río Senegal y el río Gambia. También en Europa bajo la Convención de Albufera, al igual que en el río Odra y el Rin. En las Américas tenemos una naciente colaboración en desarrollo entre los Estados que comparten el Amazonas.
Y en temas de gobernanza local, de igual forma se observa cómo la participación de las autoridades locales junto con los ciudadanos fortalece la gobernanza doméstica del agua, que se traduce en irrigación eficiente, turismo acuático, desarrollo energético, seguridad alimentaria, mejor calidad del agua y sobre todo un mejor manejo del riesgo y resiliencia ante desastres naturales que envuelvan las cuencas hídricas.
En Afganistán, por ejemplo, el 88 por ciento de las áreas de irrigación se manejan a través de instituciones locales, administradas por el tradicional “mirab” o maestro del agua que, bajo su sabiduría local, se encarga de manejar la distribución equitativa del agua y disputas territoriales que puedan surgir de su uso.
En China, ante el escenario de un déficit de agua, se tomó una medida preventiva que creó “jefes de ríos” a cargo de administrar y proteger su río o lago asignado a niveles, provinciales y municipales.
La demanda de alimentos para 2050 aumentará en un 60 por ciento, esto se traducirá en mayor necesidad del uso de agua. Pareciera entonces, que el uso compartido y sostenible del recurso más vital para la vida humana es viable bajo la creación de instituciones que manejen el recurso en los territorios, de abajo hacia arriba.
La crisis económica causada por la pandemia pudiese afectar el financiamiento de estas instituciones, además de su capacidad de gestión y monitoreo, por lo que corresponde crear conceptos innovadores de participación del Estado, en conjunto con las instituciones privadas y civiles en la mejor expresión de gobernanza, ya sea en los territorios o a nivel Global.
Ministra de Gobierno.
Fuente: La Estrella de Panamá
Comments